Como cada club, Huirapuca cuenta con su propia galería de personajes ilustres. Algunos alcanzan un rango tan alto de identificación con los colores que opera una suerte de antonomasia. Así funciona con los Molinuevo, los Núñez Piossek, los Dande, los Belloto...y también con Alejandro Carrier. Nombrar al histórico pilar es lo mismo que decir Huirapuca. Y cómo no hacerlo, si figuró en las síntesis de los partidos de Primera del Anual tucumano durante la escalofriante cifra de 32 años. Sí, treinta y dos, como para desterrar la posibilidad de un error de tipeo. Una ventana temporal tan amplia que a Alejandro le permitió romper récords y compartir formación con hasta tres generaciones de jugadores y cosechar una legión de amigos e historia. Por eso, desde el vamos esta entrevista renunció a la posibilidad de abarcar semejante carrera al detalle -porque haría falta un documental al estilo Netflix, de varias horas de metraje- y se limitó a recorrer su presente en una charla mano a mano al costado de la cancha 1 del “huira” con algunos flashbacks de color, que sirven para ilustrar -o recordar- quién era dentro y fuera de la cancha el popularmente conocido como “Toro Moto”. Dicho sea de paso, el apodo tuvo un origen ligeramente distinto al que se le atribuye normalmente y que resulta de la combinación entre la fortaleza de un toro y la velocidad de una moto, como esa en la que recorre Concepción y que lo ha traído hasta el Parque de la Joven Argentina.
- Primero que nada: ¿cómo estás?
- Como me ves: impecable. Ja ja, estoy bien. Soy una persona sana, no me gusta el alcohol, ni el cigarrillo. Nunca me gustó nada de eso. Mi única debilidad fue la comida. Pero ahora ya ni eso. Cuando te vas haciendo más grande empezás a manejar mejor las cosas.
- ¿Cuál era tu mayor tentación en ese sentido?
- Siempre fue el asado. Pasa que a mí no me gusta el asado así nomás, sino bien completo, con un buen chorizo, una buena faldita...
- ¿Siempre en el club?
- Donde sea. Pero el que más me fascina es el asado que hacés con la parrilla en la vereda. En mi casa tengo el asador al fondo, así que a ese lo hacemos en la casa de algunos amigos los sábados, antes de venir al club. Lo hacemos con algunos amigos, como José María (Núñez Piossek) o “Injerto” (Eduardo) Leguizamón. Nos juntamos en la casa de él y después nos venimos al club a verlo jugar al hijo de él.
- ¿Te reconoce mucho la gente cuando andás en moto por la ciudad?
- Sí, es que acá nos conocemos todos. La mayoría me conoce del rugby, que te abre puertas en todos lados. Te diría que tengo más amigos afuera que adentro del club. Por ejemplo, a los porteños siempre les caí bien. Tengo muchos amigos en Buenos Aires, varios de Los Pumas. Si bien yo no jugué en Los Pumas, sí jugué en Provincias Argentinas, y por eso me hice amigo de Serafín Dengra, de los Fernández Miranda, de Leguizamón, gente que me respetó como jugador y como persona. Porque adentro de la cancha te das con todo, pero el partido termina. Yo tuve la suerte de haber tenido una trayectoria de 32 años en Primera, pero incluso aunque hubiera jugado una o dos, lo que te queda al final son los amigos que vas haciendo en todas las canchas. Mi hermana es ingeniera, mi hermano es arquitecto, pero yo no estudié nada. Mi viejo me presentaba: este es el que juega al rugby. Pero no sé si hubiera sido buena gente de no haber sido por el rugby. Este club me brindó contención, me hizo ser hombre. No sé, a lo mejor sin el rugby hubiese terminado siendo delincuente. Si vivía en la calle.
- ¿Cuántos años llevás en Huirapuca?
- Más de 50. Empecé a los 7, la primera división infantil del club fue la mía. En ese momento jugábamos en otro lado, no teníamos cancha. Pasé por todos los estados de este club.
- Debutaste en Primera con edad de juvenil.
- Sí, a los 15 años. Jugaba en la Cuarta, y metía cuatro partidos por fin de semana, porque a veces había que completar el plantel de Primera e Intermedia. Habré estado un año entero jugando así. Aguantaba por las ganas que tenía de jugar. Y eso que era difícil: nos comíamos goleadas todos los fines de semana. Era duro siendo un chico de 15 pasar por todo eso. Y encima nunca faltaba el que te burlaba en el colegio o en la calle, te cargaban diciendo que eras malo. Había un sector de la sociedad que miraba mal al rugby y a Huirapuca. Decían que jugaban los que tenían plata, y eso es mentira. Había como una rivalidad con los “Cuervos” (Concepción FC) y clubes de otros deportes. Por suerte después Huirapuca pegó un salto en la parte deportiva, y hoy es un club que tiene muchos campeonatos y metió muchos jugadores en Los Pumas.
- Empezaste siendo fullback, en el fondo de la cancha, y terminaste de pilar izquierdo, en la primera línea.
- Sí, al principio era fullback. Tenía buena contextura física y mucha velocidad. Recuerdo mi debut en el seleccionado tucumano M19, en un partido que ya se terminaba. Faltando cinco minutos, el entrenador, (Luis) ‘Cacho’ Castillo llama a un jugador para reemplazar a Juan Soler, que jugaba de fullback y te descolgaba las pelotas con una mano, pero el tipo no quiso entrar para jugar sólo cinco minutos. Ahí salté yo y le dije que me pusiera, que yo quería jugar. No era la primera opción precisamente, porque venía de Huirapuca, pero me hace entrar, aunque al final lo pasa a Soler de wing y a mí me pone de fullback. Me patearon cuatro pelotas y las descolgué con una mano también. Y de ahí quedé yo de fullback titular y Juan Soler como wing, que después pasó a jugar en esa posición en Lawn Tennis.
- ¿Pero cómo fue esa transición del 15 al 1?
- En realidad, jugué en varios puestos. También fui centro y wing forward. Pero en el 85 viene Floreal García a Huirapuca y se encuentra con que no teníamos pilares con buen físico. Jugábamos bien por afuera, pero adentro estábamos flojos. Y me ve a mí, que tenía buen físico y pesaba 90 kilos, y me dice: mirá, no tenemos pack de forwards que pueda competir y aguantar el scrum, y si no tenemos eso, no tenemos nada. Pasa que antes el scrum era otra cosa, era todo mucho más salvaje de lo que es ahora. La verdad, no sé cómo es que hoy no tengo ni una hernia.
- Y a pesar del cambio de puesto, ese año terminaste siendo tryman del Anual junto a Gabriel Terán, con 14 tries.
- Así es. Igual, no duré mucho en ese puesto, no me sentía cómodo, así que terminé pasando de pilar derecho. Yo tenía una virtud: metía tries en casi todos los partidos. Tengo un porcentaje bastante alto de efectividad, como fullback, como centro, como ala y como pilar. Hay partidos en los que metí tres, cuatro o incluso cinco tries. Una vez jugué en Intermedia contra Corsarios y le metí cinco tries en el primer tiempo. Y después me pusieron en el segundo tiempo en Primera, íbamos perdiendo, y metí cuatro tries más. O sea, metí nueve tries esa tarde. Y ahí tenés las estadísticas. Hay un torneo en el que metí 26 tries en 28 partidos, y siendo pilar. Y de fullback era imparable, tenía mucha velocidad. Mirá que Gabriel Terán era un avión, era rapidísimo, y yo llegué a cruzarlo un par de veces. Eso sí, si dejabas que agarrara velocidad, olvidate. Le mirabas el número.
- ¿Sentís que el rugby cambió mucho desde entonces?
- Bastante. No es tan físico como cuando yo jugaba. Eran batallas. Lo ibas a cargar al fullback y te esperaba con la plancha. Y valía. Si te metías en penal, ligabas una piña y te quebraban la nariz. Y valía. Salí del penal si no querés cobrar. Además, todas las defensas y los ataques están preestablecidos. Ya no hay casi jugadores diferentes, carasucias. No se salen del libreto. Al contrario, cuando yo entrenaba, le daba la pelota al jugador y le decía que se divirtiera. Que hiciera lo que sabía hacer. A mí lo que me interesa es que hagas el try, después vemos lo otro. Necesito la creatividad del jugador.
- ¿Y del scrum, qué pensás?
- Que debería dársele más importancia, porque es un arma de ataque y defensa terrible. ¿Por qué Sudáfrica le gana la final del mundo a los All Blacks? Por el scrum. Te llevaban para atrás. Un scrum es mejor que un buen tackle, porque le comés la cabeza a ocho personas.
- ¿Te gustaron Los Pumas en el Mundial?
- El único que jugaron bien fue contra Gales. No sé, hay cosas que no me cierran. Al menos, a mi modo de ver el juego. Y aclaro que lo miro con una perspectiva abierta, porque yo me equivoco igual que todos. Pero...¿cómo vas a poner de apertura en un Mundial a un chico que no es apertura? (A Santiago Carreras) ponelo de fullback, no de apertura, lo estás quemando. No podés inventar en este juego. Los únicos que inventan son los All Blacks. Por ejemplo, a (Damian) McKenzie lo hicieron apertura cuando él era en realidad wing, pero tuvo un proceso. Lo fueron fogueando antes en ese puesto. Lo que ordena el head coach de los All Blacks lo siguen todos los entrenadores de abajo, estuvieran de acuerdo o no. Y acá lo dejamos afuera a Nicolás Sánchez. Creo que quieren revolucionar, pero en lugar de revolución, yo veo involución.
- ¿Te preocupa el fenómeno migratorio?
- Hay muchos chicos que hemos entrenado, formado, casi criado, los hemos hecho jugadores, y se fueron antes de llegar a vestir la camiseta del club en Primera. Y hay muchos otros chicos que seguramente no lo harán. Si no se van a jugar afuera, se irán a las franquicias. Tenemos ese problema.
- ¿No estás de acuerdo con el rugby profesional?
- Totalmente. Para mí, todo es una mentira. Sí, en algunos lados ganan mejor, pero también tienen que gastar más que aquí. Y la mayoría de los chicos que se van vuelve con una mano atrás y otra adelante. El rugby no te da plata, salvo a los que ya están en el primer nivel hace tiempo. Otros vuelven con dos pesos con cincuenta. Sí, no digo que no haya una experiencia también, pero una cosa es que te vayas a jugar en una primera división de nivel, donde además de ganar plata vas a mejorar como jugador, y otra es si te vas a una primera o segunda división achatada, como Portugal. No sé, yo no me iría.
- ¿Alguna vez tuviste la oportunidad de irte?
- Sí. En el 87 viajé a Chile junto a otros jugadores argentinos, entre ellos el “Pollo” Fernández y el “Colorado” Miceli, para reforzar el seleccionado chileno, que debía jugar un partido contra los sudafricanos. Acá no los dejaban entrar por el apartheid. Y cuando jugué contra ellos, me propusieron nacionalizarme sudafricano. Los piernas me querían llevar, pero yo no quise. Para mí, el rugby profesional no existe. Para mí existe que yo me compre la ropa, que me prepare el bolso el día anterior y no dormir pensando en que tengo que jugar al día siguiente. Yo a esto lo hice porque me gusta, no por plata. Si hubiera jugado por plata, con el temperamento que tenía, a lo mejor me volvía loco.
- ¿En qué sentido?
- Te cuento una anécdota: una vez jugué contra Uruguay en el seleccionado junior, y en un momento del partido, un uruguayo me metió una piña y me partió la ceja. El árbitro cobró penal y a mí me cosieron la ceja, pero quedé horno. Y en el tercer tiempo lo anduve rondando al tipo. Y en un momento le hice señas de que intercambiáramos la corbata. Aceptó, pero le dije que por qué mejor no la intercambiábamos afuera. Y cuando se la quiso sacar, le metí un cabezazo que lo dejé tirado. Imaginate, si así me lo tomaba siendo amateur, de haber sido profesional terminaba matando a alguien, no sé.
- ¿Recordás qué fue lo más raro que te pasó en una cancha?
- Habiendo jugado tantos años, me pasaron muchas. Pero lo que se me viene a la mente ahora es que tenía un compañero, Marcelino, con el que teníamos una competencia personal: apostábamos a ver quién hacía más tries. Como jugábamos por plata, a veces él mismo trataba de impedir que yo hiciera tries. Por ejemplo, quería arrancar el maul y se me colgaba de la camiseta. Una vez me puso el pie cuando iba corriendo hacia el ingoal, y me fui de cara al piso. Varias veces me lo tuve que sacar de encima. Y también recuerdo la vez que le salvé la vida a un árbitro.
- ¿A quién y cómo fue?
- Al “Pibe” (Manuel) Daneri. Fue en un partido contra Lince. Estábamos a cinco metros del ingoal, yo quise salir jugando rápido, pero él se me cruzó por delante, yo lo choqué, él se cayó delante mío y yo me tropecé y le caí encima. Y acto seguido, se me tiró encima medio equipo de Lince. Daneri se estaba asfixiando, pero cómo será la fortaleza que yo tenía en ese tiempo que logré sacarle el silbato, metí tres silbatazos y todos se levantaron. Cuando el “Pibe” se pudo levantar y recuperarse, pensé que me iba a expulsar, pero no; me abrazó y me dijo: gracias, me salvaste la vida, loco de m... Después lo contaba en todos lados. Y cada vez que yo iba a Los Tarcos, me saludaba y me presentaba a su familia. Decía que él seguía viviendo gracias a lo que había hecho.
- ¿El apodo “Toro Moto” te lo ganaste en Primera?
- No, viene desde chico. Mi viejo tenía una moto Gilera, que en ese tiempo era como tener una Harley Davidson. Siempre andaba con mi viejo en esa moto, y después tuve la mía. Y así fue como al apodo original, que era “Toro”, se le agregó el “Moto”. Después cuando me hice más grande y fui ganando velocidad, dijeron que era fuerte como un toro y veloz como una moto, pero al principio fue sólo por la moto en la que andaba.
- Y ya te quedó para siempre...
- Sí, al punto de que mis hijas no me dicen papá, me dicen “Toro” o “Toro Moto”. Tengo dos: una es abogada y la otra psicóloga. Ellas siguieron un camino diferente al mío: en lugar de hacer deporte, se dedicaron al estudio. Su deporte son los libros. Yo no estudié porque a mí me dieron rienda, pero yo no le aflojé a mis hijas. Y por eso tienen el mismo fanatismo por el estudio que yo tengo por el rugby.